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24 HORAS DE UNA DAMA

LETRA PÚBLICA

                                           24 HORAS DE UNA DAMA                                                

 RODOLFO SALAZAR GONZALEZ

Aquella mañana como todos los días se levantó a la misma hora para cumplir con sus obligaciones rutinarias: las 5:30 de la madrugada. Para ella todo era un ritual, de esta forma  podía preparar todo para  irse a trabajar las 11 horas diarias que  desempeñaba cotidianamente en la empresa donde laboraba desde hacía 9 años.

Aunque sus obligaciones contractuales  consistían en las 8 horas  que todo mundo trabaja. La empresa para la que laboraba era propiedad de unos orientales,» chinos, para ser precisos», diría ella en su interior,» y como todo buen chino son fieles reproducciones de sus antepasados: los mandarines imperiales». Por lo tanto Juanita sabía a que hora entraba, pero no sabía a que hora salía.

Hasta la fecha no sabía lo que eran unas vacaciones: «Que pensaran estos hombres, -que soy de acero-«.  Levantarse temprano le permitía arreglar toda la casa y preparar el desayuno para Gregorio, quien era su único hijo. Y también para estar pendiente del noticiero de Carmen Aristegui, su exclusivo contacto con la realidad nacional; esas eran sus formas de descansar,» de relajarse» diría ella: » Aristegui tiene un estilo tan bonito, que uff!, todo lo que dice es verdad. Mientras estuvo fuera del aire no escuché noticieros y no veo el duopolio de televisión».

Juanita es una fina tampiqueña de carne y hueso, de esas que rompen con el destino para forjarse uno propio, y triunfar en la vida. Ella se sentía orgullosa de sí misma, y a todo el que la escuchaba le decía sin cesar, sin detenerse, porque a ella  siempre le gustaba hablar por sobre todo las cosas de su único afán, trabajar honestamente y ser la número uno.

«Yo desde muy chica hice todo lo que me ordenaba mi madre, éramos comerciantes, y a mí me tocaba traer del mercado la mercancía.         Era increíble cómo podía yo a los 7 años, con aquellos costales llenos de cebollas y papas, pero Uff! había que cumplir con las ordenes de mi madre. Yo no sé porque desaparecieron los tranvías, yo esperaba con ansias los domingos porque eran los días en que íbamos a la playa, y sin que mi madre se diera cuenta, como toda una trapecista, me colgaba de las puertas para sentir como el aire se estrellaba contra mi cara».

Ya para las 7:30 va para su trabajo, es asistente del gerente, domina perfectamente el inglés y el manejo de las computadoras, estas virtudes le han hecho ser merecedora de un mejor salario, superior a sus compañeros que estudiaron en la Universidad.

Sin embargo, en su coche, en el trabajo o donde quiera que esté, su penetrante preocupación es Gregorio, «Que estará haciendo mi hijo, ojalá y haga lo que le he dicho siempre: portarse bien, yo creo que esa es la mejor filosofía que se puede desarrollar en la vida, portarse bien. Si uno se porta bien, las cosas salen bien. No como piensan mis jefes que han traído desde Los Ángeles a un maestro chino experto en feng Sui, para que les acomode los muebles en la oficina y con esto abrirle aún más las puertas a la prosperidad. Como si no tuvieran ya suficiente dinero».

Ya sentada en su escritorio, recordó con agrado aquel piropo que una vez le dijeron cuando estaba vestida con su color favorito: el negro. «Que pasaría en manila que los mangos andan vestidos de negro», sonrió, y quien sabe por qué motivo se le vino a la mente aquel recuerdo que toda su adolescencia la atormentó: Ser madre soltera. «Gracias a Dios no fue así, yo me casé de blanco y mi esposo Gregorio, entre muchas, me escogió a mí, porque según él,  para casarse hay que hacerlo con una mujer seria». Me siento fuerte, feliz y honrada por su elección.

Luego recordó con tristeza que su esposo había muerto muy joven, allá en Miami, en donde pasó su vida de casada  «donde todos los días al despertarme le daba las gracias a Dios por haberme permitido casarme con Gregorio y amanecer  y despertar: Viéndolo a mi lado».

Ya en la casa, a punto de dormirse, pensó en todo; en sus dos pretendientes, uno más joven que ella y otro mayor, el primero era temerario y el segundo prudente e inseguro. «No importa, a de ser lo que Dios quiera, yo creo que mi vida será cumplir mi sueño: regresar a Miami y lograr que mi hijo estudie en una Universidad Americana. El amor puede esperar».

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