Columnas

AL VUELO-Armonía

AL VUELO-Armonía

Por Pegaso

        ¡Vaya revuelo que se armó en las redes sociales con el tema de «El Güerejo»!

        Y es que andaba yo volando ayer, capoteando el terregal que se vino como a eso de las cinco y media de la tarde, cuando ví en mi cuenta de wasap el contenido de un tuit que subió la Vocería de Seguridad del Estado donde aseguraban que se abrió una carpeta de investigación en relación con el sonado caso.

        Y efectivamente, los cumplidos elementos de la Policía Ministerial llegaron hasta la vivienda de la colonia Villa Esmeralda donde ocurrieron los hechos.

        Pero se encontraron con que el sujeto que agredió a machetazos al can, Raúl Salazar Olmedo, es familiar del propietario, por consiguiente, no hubo denuncia ni delito que perseguir.

        Es decir, el asesinato de «El Güerejo» queda impune, sentándose el precedente para que ocurran eventos similares.

        Por supuesto que el resultado de la «pesquisa» no convenció a las organizaciones defensoras de los animales, quienes ni tardos ni perezosos se pusieron en contacto entre sí para ver la manera de presionar a las autoridades, ora con alguna manifestación, ora con un escrito de protesta para que el finado cuadrúpedo alcance la paz eterna en el cielo de los perros y su espíritu no ande vagando por toda la eternidad.

        Pero, ¿por qué ocurre esto?

        En el debate que se armó en las redes sociales, especialmente en el grupo de chat Pegaso, se comentaba que la cobarde acción es evidencia de una muy pobre calidad moral de ese individuo y se señalaba además que si no se le aplica un severo castigo, posiblemente dentro de poco causará más daños no sólo a otros perros, sino a las personas que se le atraviesen en el camino.

        Gracias a las redes sociales, Raúl Salazar Olmedo pasa a la posteridad con el apropiado mote de #Lord Machete.

        Y algo que también se comentó mucho fue la rápida respuesta que las autoridades tuvieron para iniciar la averiguación sobre el crimen de «El Güerejo», mientras que quedan en la impunidad cientos, o tal vez miles de asesinatos de personas humanas.

        Cierto, lo del «Güerejo» fue algo mediático que movió los más profundos sentimientos de los animalistas y de la sociedad en general, pero los daños a individuos de nuestra propia especie deben ser igualmente atendidos.

        A final de cuentas, estamos ante un fenómeno que tiene el mismo origen:  La pérdida de los más elementales valores ético-morales.

        Yo, como personaje mitológico que soy, llevo en mi sangre las enseñanzas helenísticas, es decir, el pensamiento clásico griego de Sócrates y Platón, quienes ya desde entonces señalaban que el alma funciona como una armonía.

        Yo no diría que existe algo como el alma o el espíritu que nos dicen las religiones que tenemos, sino una mente dividida en dos partes: Consciente e inconsciente.

        Los griegos daban una especial importancia a la música como forma de armonizar el alma.

        Música armónica, agradable, relajante, que mueve los más nobles sentimientos.

        Imaginemos por un momento dónde empezó la música a dejar de ser algo armónico, y me refiero no sólo a los acordes, sino al contenido.

        Durante la revolución se popularizaron los corridos de bandidos, como el de Pancho Villa, Agustín Argumedo y otros.

        Más adelante se cantaba a Juan Charrasqueado y Chucho el Roto.  Hasta ahí todavía vamos más o menos bien.

        En la década de los setentas empezó una ola musical que hacía apología de otro tipo de delitos, y surgieron corridos como el de La Banda del Carro Rojo y Camelia la Tejana.

        Y como todo evoluciona, de repente escuchamos en la radio, en horarios estelares, la canción de El Viejo Paulino, Pacas de a Kilo y muchas, muchas más que entraron como goles, una tras otra, en la mente inconsciente del populacho.

        Hoy tenemos en todas partes, en radio, en televisión, en las pachangas y hasta en tonos de celulares las horribles, cacofónicas y discordantes piezas de música sinaloense, con tamborazos, trompetas, tololoches y todo lo que pueda hacer el mayor ruido posible.

        Como parte de la subcultura del narco, ha permeado en toda la sociedad mexicana y ha provocado una terrible desarmonía de la conciencia, o si se quiere, del alma.

        Quien está acostumbrado a escuchar música romántica, tiende a ser romántico.

        Quien escucha música clásica, posee un excelente bagaje cultural.

        Quien prefiere la música suave y relajante, goza de una personalidad tranquila y serena.

        Pero quien escucha a todas horas la estruendosa música sinaloense primero, se quedará sordo, y segundo su conciencia se perderá en el caos y le valdrá madres todo lo demás que no sea su propio beneficio y comodidad.

        Pienso que los especialistas en neurociencia deben analizar el cerebro de los malosos que vayan cayendo y les aseguro que descubrirán que la fea música que escuchan les ha atrofiado la parte del tejido encefálico que controla las emociones.

        En fin, tenemos mucho qué meditar en relación con todo ello.

        Por ahí salió la propuesta de que se coloquen altavoces en las escuelas o en los jardines públicos para que todo el día se escuche música relajante en la mayor parte de los espacios públicos.

        Tal vez de esa manera podamos volver a armonizarnos y no estar como perros y gatos todo el día.

        Los dejo con el refrán estilo Pegaso:  «Dedícate a la crianza de aves de la especie Corvus corax y con toda seguridad te extraerán los globos oculares». (Cría cuervos y te sacarán los ojos).