Columnas

NOVELAS PEGASO

AL VUELO-Novelas

Por Pegaso

        Andaba yo volando allá, por la estratósfera, esperando la llegada de la octava tormenta invernal que anunciaron los servicios meteorológicos durante el fin de semana, pero no pasó nada.  Sólo nos tocó la colita, con algunos relámpagos y algo de lluvia.

        Eso sí.  Los truenos despertaron a muchos de mis compañeros periodistas que ya no pudieron pegar los ojos ante la preocupación de cómo llevar a los güercos a la escuela enmedio de la granizada que anticiparon los expertos meteorólogos.

        Luego de mi paseo nocturno, me fui al penthouse a disfrutar de mi narconovela favorita, a todo color y en horario estelar.

        La moda de las narconovelas empezó en Colombia.  A alguien le pareció una gran idea que al hacer apología de un delito como el narcotráfico sería «cool», que hacer llegar las mil y una peripecias de Pablo Escobar, del Señor de los Cielos y de otros famosos capos de la mafia abonaría a mejorar la calidad de la programación de televisoras como Televisa, Tele Azteca, Telemundo o Univisión.

        Por la pantalla chica han pasado clásicos como Pablo, el Patrón del Mal, El Señor de los Cielos, Sin Tetas no hay Paraíso, La Viuda de la Mafia, Camelia la Tejana, El Cártel, El Capo, La Reyna del Sur, Señora Acero, La Viuda Negra, Las Muñecas de la Mafia, Rosario Tijeras y muchos títulos más.

        Es común escuchar en la calle a dos fodongas en un diálogo similar a éste:  «Bueno, manita, pues ahí nos vemos.  Voy a la casa a ver mi novela».

        Nótese que dicen «mi novela», en lugar de «mi narconovela».

        El ser humano, y creo que las fodongas aún son seres humanos, tenemos la capacidad de cambiar el nombre de las cosas cuando hay algo en ellas que nos molesta: Se llama eufemismo.

        Las fodongas y el resto de los aficionados no pueden decir: «Voy a ver mi narconovela» porque es algo que en el fondo les causa cierto resquemor, y prefieren el eufemismo: «Voy a ver mi novela».

        Y así, les meten un gol psicológico, se vuelve moda el narco y todo mundo contento.

        Yo, como Pegaso estudioso que soy de los fenómenos sociales, tengo para mí que la moda del narco, o la narcocultura, como prefieren llamarla los especialistas, entró por los oídos.

        Gran parte de lo que vemos ahora se lo debemos ¡a Robin Hood!

        Sí, a ese antihéroe inglés que robaba a los ricos para ayudar a los pobres.

        Va por el camino una caravana y les sale Robin Hood al paso, acompañado por sus temibles bandidos:

-¡Soy Robin Hood! Les quito a los ricos para darle a los pobres.  ¡Manos arriba!

        Acto seguido procede a quitar todas las alhajas, dinero y riquezas que venían en la caravana.

        El propietario, un acaudalado comerciante, prorrumpe en sollozos:

-¡Ahora soy pobre!-dice.

        Entonces, Robin Hood toma todas las riquezas y se las devuelve al comerciante:

-Tome, buen hombre.  ¡Yo soy Robin Hood, quito a los ricos para darle a los pobres!

-¡Ahora soy rico de nuevo!-grita jubiloso el negociante.

-Ahhh, ¿sí? ¡Arriba las manos, soy Robin Hood, quito a los ricos para dar a los pobres..!

        De la historia de Robin Hood, el bandido que quitaba a los ricos para dar a los pobres pasamos a Pancho Villa, un bandolero que los libros de historia convirtieron en héroe, luego a Chucho el Roto, el bandido generoso; posteriormente llegaron los narcocorridos, con Camelia la Tejana, La Banda del Carro Rojo, Pistoleros Famosos, El Corrido de Chito Cano y todos aquellos clásicos que hacían las delicias del infeliciaje, allá por la década de los setentas y ochenta.

        Más acá, en los noventas, El Viejo Paulino y compañía se adueñaron de las hondas hertzianas.

        La definición de narcocorrido que nos dan los académicos que hacen la Wikipedia es la siguiente:  «El narcocorrido es un subgénero musical de carácter popular que tiene sus raices en el romance español.  Se trata de una variación del corrido mexicano.  al igual que éste, las bases de su estilo son los ritmos polca y vals, usualmente interpretados por instrumentos característicos de la música norteña y de rancho, como guitarra, acordeón, tarolas, bajo sexto, tololoche y requinto».

        Veamos qué más dice la enciclopedia virtual acerca de ésta moda musical:  «Alfredo Ríos (El Komander) es el máximo exponente de éste género tan horrible (sic) como se convirtió hoy en día, con su pechera alterada, arremangada y empanizada altera las hormonas de niños de 12-15 años de edad que tienen problemas mentales y necesidad de llamar la atención con aires de grandeza, acento norteño (parecido al protagonista de la narco serie El Señor de los Cielos), presumen de ser humildes pero se la pasan hablando de grandesas (sic) que no tienen ni nunca tendrán.  Sus canciones hablan de cuerpos desmembrados y torturados, pero cuando matan a un cantante de corridos se quejan de la violencia contra los artistas en el país y rezan por los muertos».

        La evolución lógica de éste género de literatura, si se puede llamar así, tuvo que ser la televisión, en forma de novelas, de narconovelas.

        Un encabezado de El Universal cita:  «Televisa refuerza prime time de gala TV con narconovelas», es decir, que la televisora incluye éste tipo de programación en sus tiempos estelares, cuando todas las fodongas y fodongos están en casa y se aprestan a ver su programa favorito.

        Y otro tanto hacen Tele Azteca, Univisión y Telemundo, quienes disputan un rico mercado en lo que ya se conoce como «la guerra de las narconovelas».

        Las narcoseries o narconovelas proyectadas por las principales televisoras en horario estelar (horario familiar) son la herencia maldita de una generación que se dejó seducir por la narcocultura.

        Se trata de un tema de adicción nacional.

        «Meter narcocontenidos en los momentos de mayor influencia de la televisión abierta nacional es como soltarle un arma a cada uno de los hombres y de las mujeres de este país con todo y permiso para usarla»-opina Alvaro Cueva, comentarista de espectáculos de Milenio.

        ¿Quién permite que se programe ese tipo de material en la televisión abierta, si se supone que las empresas operan bajo una concesión del gobierno?

        Ni los narcocorridos, ni las narconovelas ni cualquier otro mensaje que involucre apología de un delito puede ser legal.

        Recordemos que la libertad de expresión o cualquier tipo de libertad de un individuo termina donde empiezan los derechos de los demás.

        Espero que algún diputado federal o senador retome la iniciativa de eliminar todo ese tipo de contenidos en los medios de comunicación, y que no me salgan con la siguiente jalada:  «¡Espérame tantito, Pegaso, nomás acabo de ver mi (narco) novela!»

        Por eso aquí nos quedamos con el dicho mexicano: «Al blátido, al blátido, lo trasladan a su inhumación, a consecuencia del síndrome de abstinencia, a consecuencia del síndrome de abstinencia por consumo de Cannabis indica». (La Cucaracha, la Cucaracha, ya la llevan a enterrar, porque le falta, porque le falta, mariguana qué fumar).