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Un paisaje de calendario

Rutinas y quimeras

Clara García Sáenz

Un paisaje de calendario

La intención era llegar a la orilla del Rhin en la ciudad de St. Goar para tomar un barco que, navegando durante una hora, nos llevaría muy cerca de Frankfurt del Meno; todo parecía bien hasta que el autobús de 70 plazas empezó a tener problemas para bajar por una sinuosa y estrecha carretera de curvas cerradas. Las grandes, maravillosas y amplias autopistas alemanas habían quedado atrás y recorríamos el paisaje de la Alemania profunda.

De pronto el autobús quedó atascado en una pendiente al no poder girar en una curva cerrada; el chofer que lo conducía, de nacionalidad española, pronto empezó a ponerse de mal humor al escuchar los innumerables consejos que los pasajeros latinoamericanos le hacían; pidió que todos bajáramos de la unidad y empezó a decir “jilipolleses”, intentando sacarlo de la curva donde había quedado entrampado, pero cada vez que maniobraba, la defensa frontal del autobús se iba rompiendo. La fila de autos atrás de él se empezó a hacer cada vez más larga y unos atentos alemanes bajaron de sus coches para ayudarle a dirigir la operación, todo muy a la europea; pero después de intentarlo por más de 15 minutos los latinoamericanos volvieron a la carga, tomaron piedra y trozos de árboles que se encontraban cerca, los  metieron abajo de la llanta que quedaba en el aire y que impedía salir de atolladero, le pidieron al chofer que hiciera algunas maniobras, y en menos de cinco minutos el autobús estaba nuevamente en ruta.

Los alemanes se regresaron a sus autos desconcertados, el chofer español murmuraba palabras que nadie entendía y los pasajeros estábamos felices porque podríamos alcanzar el barco.

Desde el inicio del incidente yo estaba segura que la policía alemana haría su aparición en cualquier momento a pesar de no estar en una ruta transitada, sin embargo, tomamos nuevamente nuestro camino sin que aparecieran. Llegamos finalmente a St. Goar en la orilla del Rhin; el paisaje de cuento era de aquellos que aparecen en los calendarios o postales, las casas alineadas con una misma fisonomía, las fachadas blancas y techos de dos aguas para enfrentar la nieve de los duros inviernos.

Tomamos el barco y ordenamos un pollo frito con papas, subimos a la terraza del barco y mientras avanzamos a un ritmo lento por la rivera del Rhin, a nuestra vista aparecían castillos, bosques y pueblos que casi podían ser una pintura antigua donde se recreaba el paisajismo.

Bajamos en Bacharach, otro pequeño pueblo y volvimos a abordar el autobús, ahí nos enteramos que la policía le había dado alcance al chofer y lo había amonestado por no esperarlos en el lugar de los hechos. Molesto, el español decía no entender el comportamiento de la policía alemana y se peguntaba por qué tenía que esperarlos si él había podido resolver el problema.

Por la tarde llegamos finalmente a Frankfurt, siendo la capital económica de Alemania, pasamos por su centro financiero cuyos rascacielos no alcanzan a igualar en cantidad y belleza a la Defensa en París, ni a ninguno de Estados Unidos, sin embargo, parece que ellos se sienten orgullosos.

Anduvimos en su centro histórico que es muy pequeño pero hermoso, visitamos su catedral dedicada a San Bartolomé cuya construcción se inició en el 680 a. C. y donde un siglo después se celebraría el Concilio de Carlomagno; cenamos en un restaurante armenio donde curiosamente no vendían alcohol, la comida era muy abundante y barata, además de ser sabrosa y con mucha verdura.

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