Columnas

AL VUELO-Peladeces.

AL VUELO-Peladeces.

Por Pegaso

        Andaba yo volando allá, sobre la colonia Rodríguez, donde un reducido grupo de trabajadores del Sindicato de Don Tito citaron a rueda de prensa para desconocer como dirigente a Alberto Salinas Lara, alias el Ché o Fidelito, ya que ha hecho del edificio sindical una especie de Pequeña Habana donde se rinde culto a las más conspicuas personalidades de la Revolución Cubana.

        Ahí, un peladito de nombre Luis Díaz Martínez, haciendo gala de un lenguaje que haría sonrojar al más procaz carretonero, dijo que Salinas Lara hizo mierda al sindicato y que cuando estaba Don Tito aquello era muy diferente a como está ahora.

        Y yo me puse a pensar, ¿qué necesidad hay de utilizar palabras vulgares y soeces cuando el idioma castellano es rico en expresiones lingüísticas?

        Recién me llegó un mensaje de WhatsApp que envió una apreciada amiga donde un avispado e ingenioso escritor sugiere alternativas más elegantes de decir las cosas.

        Por ejemplo, en lugar de decir: «Estoy hasta la madre de chamba», opte por aclarar: «La sobrecarga de trabajo me ha tornado irascible».

        Otros ejemplos que también puede seguir el lector son los siguientes:

-Si quiere decir: «Ese no es mi pedo».

Mejor diga: «Lo siento.  Yo no he sido comisionado a realizar dicho proyecto».

-Si quiere decir: «Te cae de a madre, cabrón?»

Mejor diga:  «Lo que mencionas, ¿te consta? ¿Tiene fundamentos reales?»

-Si quiere decir: «¡No mames, güey!»

-Mejor diga:  «Estoy absolutamente seguro de que tu idea es descabellada».

-Si quiere decir:  «Así no sale ni a madrazos».

-Mejor diga:  «Estoy seguro que ese procedimiento no es el adecuado».

-Si quiere decir:  «Pos a ver cómo chingaos le hago».

-Mejor diga:  «Ajustaré mi agenda para intentar programar esa nueva tarea».

-Si quiere decir:  «Ese pendejo no sabe ni madres».

-Mejor diga: «Ese individuo no está familiarizado con el tema que nos atañe».

-Si quiere decir: «¡Yaaaa! Agárrate otro pendejo, ¡no?»

-Mejor diga:  «Estoy demasiado ocupado, ¿podría usted solicitar el apoyo de otra persona?»

-Si quiere decir:  «¡Mándalo a chingar a su madre!»

-Mejor diga: «Comunícale que actualmente es imposible atenderlo como se merece».

-Si quiere decir: «El pinche jefe es un hijo de la chingada».

-Mejor diga: «Mi superior es un ejecutivo muy severo, exigente y por demás extricto».

-Si quiere decir:  «Esa vieja es bien cabrona».

-Mejor diga:  «Es una mujer apasionada, feministra y de amplio criterio».

-Si quiere decir: «No chingues, ando bien jodido».

-Mejor diga: «Es imposible transferirte la cantidad que me solicitas; las recientes inversiones me han dejado sin liquidez».

-Si quiere decir: «Si nos apendejamos, nos lleva la chingada».

-Mejor diga: «Debemos optimizar resultados si queremos alcanzar el éxito».

-Si quiere decir: «¡Qué pedo nos sacaron!»

-Mejor diga:  «Nos informaron de manera súbita, provocándonos un sobresalto».

-Si quiere decir:  «Muy chingón, ¡pero aquí te jodes!»

-Mejor diga: «A pesar de tu destreza, tendrás que ajustarte a las circunstancias».

-Si quiere decir:  «¡Ya!¡Bájale de huevos, cabrón!»

-Mejor diga: «Debes comportarte de una manera menos presuntuosa, exagerada y agresiva».

        ¿Ven? Siempre es mejor dirigirse a los demás con urbanismo, sin caer en términos vulgares.

        Uno de los consejos que se incluyen en el famoso Manual de Urbanidad de Carreño es precisamente hablar con propiedad ante los demás.

        Sin embargo, aquí hay una anotación personal:  No es posible ni tampoco prudente utilizar un léxico culterano cuando se departe con individuos de baja estofa.

        Imaginemos por un momento una escena donde un gentleman inglés se encuentra con un vendedor de fayuca de La Lagunilla:  «Perdone usted, estimado y fino amigo, ¿podría informarme la ruta que debo seguir para arribar al Palacio de Bellas Artes?»  Y el peladito le respondería:  «¡Yaaaa! Chale carnaaaal. ¿Qué ondón, Ramón con el camarón? ¿A poco tan estirado, mi buen?», o algo así, por el estilo.

        Tampoco es verosímil que un albañil pueda departir animadamente en una fiesta de la alta sociedad con expresiones tales como: «¡Qué chida pachanga! ¡Me late, chocolate, si hasta se me aflojó la pomadaaaaaa!»

        Llega un sujeto a un domicilio de cierta colonia de Reynosa, toca la puerta, sale la persona y le pregunta:

        -¿Señor Martínez?

        -Sí. ¿Qué se le ofrece, joven?

        -Buenos días.  Mi nombre es Roberto T. Mata, soy sicario profesional del Cártel del Istmo y me veo en la penosa obligación de exponerle el motivo que me trae ante su presencia.  Usted infringió las rígidas normas de nuestra organización, por consiguiente, nuestro superior me ha instruido para hacerle una cordial invitación a fin de que nos acompañe a un sitio solitario donde le propinaremos una serie de golpes que le causarán algunas molestias en el cuerpo.

        Una vez que nos proporcione la información que requerimos, extraeré mi revólver y le dispararé en el abdomen y en la cavidad craneana.

        No se preocupe por el cadáver porque lo colocaremos en un terreno baldío y daremos aviso de inmediato a las autoridades para que cuanto antes pasen a recogerlo y le den cristiana sepultura. ¿Me acompaña, por favor?

        -¡Hombre, qué diferencia!  Así, ni quien se niegue.

        ¿Ven? Siempre es mejor expresarse en términos cultos que en en lenguaje llano.

        Por eso, aquí nos quedamos con el laureado refrán mexicano estilo Pegaso:  «Tendré el gran placer de saludarte en fecha posterior, mi fino y dilecto amigo». (Ahí te ves, cabeza de res).