Columnas

AL VUELO-Castorena

AL VUELO-Castorena

Por Pegaso

        No podía dejar pasar la ocasión de referirme a uno de los reporteros policíacos más sui géneris que haya conocido.

        Juan Mario Castorena, indiscutible heredero del estilo pícaro y populachero de El Gordo Elías, falleció la noche del miércoles e inmediatamente las redes sociales se llenaron de condolencias, comentarios y recuerdos.

        Su frase favorita: «Andaba acastorenado», se refería a que alguien andaba bajo los influjos del alcohol.

        Y es que andaba yo volando allá, cerquita de la estratósfera, cuando me enteré del deceso de mi compañero y amigo.

        Su estilo de redacción no tenía nada que ver con los acartonados y académicos escritos de los grandes periódicos, ahora atestados de reporteros con carrera de Ciencias de la Comunicación.

        Hablaba el lenguaje del pueblo con una prosa simple, pero picante.

        Uno de sus últimos artículos en la revista Multicosas, de Hugo Ramos, fue precisamente cuando falleció otro buen compañero, Manuel Rendón.

        «Adiós al amigo Manuel Rendón»,-escribía en el encabezado.

        Y en el texto decía lo siguiente:  «Domingo 10 de enero del 2016 en horas de la tarde en la que de la alegría sobreviniera la tristeza al recibir la llamada de mi padrino de oro, Antonio Ramírez Rodríguez, que con llantos me alarmó al estar en un campo llanero en las que compartía las risas de ver alegres a mi hijo Lupito Castorena con mi nuera Sarahí Rojas en las que mis nietos estaban jugando un partido de futbol ahijado donde está pero llorando vía telefónica para darme la fatal noticia de que mi gran amigo Manuel Rendón Hernández acababa de fallecer».

        Fue protagonista de mil y un anécdotas que sus compañeros reporteros de la fuente policíaca recuerdan con gusto.

        Yo me inspiré en cierta ocasión en una historia que tiene algo de verídico para elaborar un cuento corto.   Se llama: Antrax.

       Mariano Castro Arenas era un reportero de la sección policíaca de aquella fronteriza ciudad.

       Siempre bien informado, siempre al pie del cañón y siempre dispuesto a entrarle a lo que sea, no medía riesgos y muchas veces se ponía a sí mismo en peligro mortal, como ocurrió en cierta ocasión, en el 2001 con motivo de los ataques terroristas en Estados Unidos.

       Varias semanas después del desplome de las torres gemelas, corrió por todo occidente, incluyendo México, la psicosis por presuntos envíos de cartas contaminadas con ántrax, una mortal enfermedad que en el pasado acabó con millones de personas.

       El Jefe de la Policía Municipal, Teodoro Rodríguez, citó por radio a todos los efectivos de la corporación porque en la colonia La Cañada se había detectado la llegada de un paquete sospechoso, conteniendo quizás las esporas de la fatídica enfermedad.

       Los dueños de la casa pensaban que se trataba de algún ataque terrorista porque el envío procedía de Nueva York.

       Así pues, Castro Arenas llegó al domicilio que ya estaba acordonado por elementos de la policía y bomberos.

       Mientras el comandante Rodríguez daba cuenta al resto de los periodistas de los detalles, Castro Arenas llegó hasta la mesa donde estaba el objeto sospechoso y lo empezó a acomodar para tomar el mejor ángulo posible.

       Al ver eso, el comandante, los bomberos y el resto de los asistentes se echaron a reír estruendosamente.

       Castro Arenas, sin comprender aún el alcance de su acción, sólo se limitó a decir:  “Ya tengo la mejor foto para mi periódico”.

       Por supuesto, queda en la memoria de muchos de nosotros el recuerdo de ese «acastorenado» sujeto que marcó toda una época en el oficio reporteril de Reynosa, en las fuentes policíacas y judiciales.

       Descanse en paz.

       Los dejo con el refrán mexicano estilo Pegaso: «A mi, como individuo, el personaje que simboliza el cese de la vida me muestra la dentadura». (A mí la muerte me pela los dientes).