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AL VUELO-Fanáticos

AL VUELO-Fanáticos

Por Pegaso

        Tras mi vuelo vespertino del domingo, me fui a repostar a uno de tantos restaurantes de la ciudad, porque me habían dicho que los fanáticos del futbol se habían congregado en torno a los aparatos de televisión para ver el tan esperado partido de la final de liguilla entre las Chivas del Guadalajara y los Tígueres del Monterrey (sí, tígueres, no tigres, porque así es como les dice el populacho).

        Y la verdad es que me quedé anonadado, patidifuso y meditabundo al ver el nivel de enajenación que logran las grandes empresas de comunicación con eventos deportivos o cualquier tipo de espectáculo masivo.

        Recordé la famosa frase latina, «Panem et circensis» pergeñada por el poeta satírico Juvenal, refiriéndose al hecho de que, mientras cuenten con suficiente pan y entretenimiento, el pueblo puede aceptar lo que sea de su gobierno.  Al pueblo, pan y circo.

        Como cortina de humo, los eventos deportivos han funcionado a la perfección, y hay que recordar por ejemplo cómo se usan los campeonatos de futbol, o las olimpiadas como cortina de humo que cubren acciones gubernamentales tan nocivas como una devaluación, el aumento en las tarifas de luz o la aprobación de alguna polémica ley.

        No sé qué se pretendió cubrir ahora con el campeonato de liguilla, pero tenemos las elecciones del Estado de México, donde el sistema, léase PRI-PAN, se juega el todo por el todo.  ¿Quién sabe? Tal vez mientras la raza mahuacatera anda todavía enajenada celebrando el triunfo de Las Chivas se haya preparado una muy elaborada ingeniería electoral para hacer ganar al candidato más conveniente.

        Porque hay de fanatismos a fanatismos.

        No es lo mismo, por ejemplo, disfrutar de un buen partido, tener un equipo favorito y pasar un rato ameno en compañía de los cuates.

        Pero eso de desgañitarse hasta quedar afónicos, ponerse una camiseta del equipo (y encima de todo ponerle una igualita al güerco para salir los dos en la foto), apostar grandes cantidades de dinero, salir a la calle a celebrar con banderines en el coche, bajarse y vandalizar monumentos, o si perdió el team de nuestra preferencia, ponernos a llorar, ralla más en el fanatismo que en una sana afición.

        Yo recuerdo en mis tiempos de Pegaso chaval cómo vivíamos la pasión deportiva, sin llegar a la exageración.

        Luego de la escuela nos íbamos a un llano que estaba cerquita de mi casa, allá, en el populoso barrio El Chaparral, ahora colonia Chapultepec.

        Nos íbamos a «la labor», como se le conocía.  Al llegar ahí ya estaban calentando los cracs locales:  El Chinicas, La Pily, El Cagao, El Tuerto y otros más que no recuerdo.

        Se armaba la reta y solíamos pasar ratos amenos con uno que otro raspón, chipote o torcedura.

        Confieso que nunca fui un buen jugador.  Mi complexión física no me permitía desarrollar la endemoniada velocidad de «La Pily».  «La Pily» era una contracción de «La Pilingocha», es decir, una persona pequeña, porque no levantaba más de un metro y medio del suelo, pero tenía una habilidad increíble en sus cortas piernas.

        Cuando driblaba se llevaba a más de uno y metía goles con pasmosa facilidad.

        Cuando yo cursaba la prepa me gustaba ver los partidos que jugaban las selecciones de Brasil, Argentina e Italia, tres de los equipos más grandes de todos los tiempos.

        No me gustaba la forma de jugar de nuestra selección porque trae impresa hasta la médula el estigma del «ya merito».

        Además, el futbol mexicano es un fiel reflejo de nuestra idiosincracia:  Nos ensañamos con el débil y nos humillamos ante el poderoso.

        El mexicano, cuando le van a tirar un penalty, ve la portería enoooooorme, pero cuando le toca tirarlo, la ve pequeñita, pequeñita.

        Después de mi ya lejana juventud, me dejó de interesar el futbol, o más bien, lo cambié por otro pasatiempo un poco más intelectual: El ajedrez.

        Y dado que nunca tuve ni siquiera un nivel mediano de fanatismo para con ese u otros deportes físicos, no logro entender el grado de enajenación que logran en la gente las grandes compañías televisoras, en complicidad con los equipos y las marcas comerciales.

        El futbol, según una definición, es un juego estúpido donde veintidós pendejos corren detrás de un balón.

        Pero la realidad es que mueve miles de millones de pesos en México y en la mayoría de los países del mundo.

        Y mientras los fanáticos se agarran a madrazos, pintarrajean monumentos, lloran, ríen y se apasionan, hay viejos que están contando las pacas de billetes, frotándose las manos de satisfacción en sus lujosas oficinas corporativas.

        Por eso aquí nos quedamos con el refrán estilo Pegaso: «Quien ha sido concebido para desempeñar el papel de platillo típico mexicano elaborado a base de una mixtura de harina de la gramínea Zea mays relleno con algún guiso y con una cobertura foliar, del firmamento recibe los órganos foliculares». (El que nace pa’ tamal del cielo le caen las hojas).