Columnas

AL VUELO-Gato

Por Pegaso

¿Cuántas veces no nos hemos encontrado ante una situación donde no podemos o no queremos intervenir para obtener alguna ganancia o conseguir un objetivo?

Por ejemplo, si estoy peleado con mi compadre y necesito que me preste la lijadora que tiene en su garaje, sabiendo que si se la pido personalmente me la va a negar, ¿qué puedo hacer?

¡Ahhhhhh! Usted necesita utilizar la muy refinada y antiquísima técnica de la Mano de Gato.

Sucede que en la lujosa mansión de un importante visir, allá, en La India, convivían un gato y un mono, en completa armonía.

Ambos se daban la gran vida, porque no tenían la obligación de hacer nada, solamente estar ahí, echados, en la afelpada alfombra persa, frente al tibio fuego de la chimenea.

En cierta ocasión el visir llegó con un recipiente de castañas y las puso en la mesa de la sala, retirándose luego a sus habitaciones.

Cansados de no hacer nada, y viendo las apetitosas castañas que estaban en la mesa, el mono le dice al gato: «Mira, Minino, qué dulces y tiernas se ven esas castañas».

A lo que el felino le respondió: «Sí, Capucho (Nota de la Redacción: Por el nombre se deduce que se trataba de un mono capuchino). Pero no podemos comerlas porque están fuera de nuestro alcance y además, son muy duras y sólo se abren con el fuego».

-¡Eso no importa!-dijo el primate. Yo me colgaré de la lámpara y llegaré hasta la mesa. Bajaré el cuenco donde están las castañas y después las echaremos al fuego.

-Eso está muy bien,-contestó el gato, relamiéndose los bigotes.

El mono saltó hacia la lámpara y con una ágil maniobra, se trepó a la mesa, tomó las castañas y se las pasó al gato, para después brincar y reunirse con su amigo cuadrúpedo.

-Bueno, ya tenemos las castañas, ¿qué hacemos ahora?-observó el micifuz, que no era muy inteligente que digamos.

-Bueno-contestó el macaco. Yo las lanzo al fuego y tú las sacas. Luego que ya estén peladas las juntamos y nos las comemos, ¿qué te parece?

-Muy bien. Avienta la primera,-dijo el gato.

Y así, el mono aventaba una a una las castañas y el gato las iba sacando, aunque se quemaba las manos y tenía que soplarse repetidamente para no sentir el dolor. Mientras tanto, el astuto simio se iba comiendo cada castaña que el gato le aventaba.

Moraleja: Si no quieres quemarte tú las manos, utiliza la técnica de la Mano de Gato.