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Rutinas y quimeras

Clara García Sáenz

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No sé porque le dije que sí aceptaba la invitación, cuando colgué el teléfono me entró pánico. Era demasiado tarde, ya me había comprometido sin tener exacta dimensión de la responsabilidad que me había echado a cuestas.

Me puse a pensar por qué dije que sí tan rápido, creo que fue la emoción de ir a Ciudad del Maíz; de escuchar por teléfono a Gloria Tovar, una amiga de la infancia; la de hablar de cosas que me gustan, de que alguien del pueblo me invite a hacerlo y mostrar la riqueza histórica a unos profesores visitantes. El caso fue que por primera vez iba a ser la guía de un recorrido histórico por los principales monumentos y edificios del pueblo, aprovechando la presencia de directores de secundarias generales en el vecino estado de San Luis Potosí.

Llegamos a Ciudad del Maíz un día antes del evento por la tarde con la intención de estar frescos y prestos para el recorrido. Como era 12 de diciembre tuvimos la suerte de ver por el camino desde que salimos de Ciudad Victoria a muchos grupos de danzas autóctonas que bailaban en cuanta capilla se apreciaba desde la carretera. Hicimos una breve parada en el Tepeyac, otrora rancho de los hermanos Pasquel, porque había fiesta patronal y numerosos grupos se alternaban la danza, ataviados de muy diversa manera y de distintas edades.

Ya en la noche y después de degustar unas ricas enchiladas maicenses que mi cuñada Felipa nos invitó, como generosamente es su costumbre, en la cenaduría de Mireya, le hablé a Gloria para decirle que ya habíamos llegado, inmediatamente me dijo que nos esperaba a cenar pozole; sin hacernos del rogar fuimos a dobletear cena, después caminamos un poco por los puestos que quedaban de la feria que había terminado con motivo de las fiestas patronales.

Al siguiente día y después de hacer un tour gastronómico por las gorditas de doña Beny, me volví a preocupar por el asunto del recorrido y más cuando me enteré que eran 80 profesores. Tenía algunas ideas, muchos datos y había trazado una posible ruta del recorrido; salimos con los maestros del salón donde había estado escuchando algunas ponencias y caminamos dos cuadras hasta el monumento de Fray Juan Bautista Mollinedo, dentro del atrio de la iglesia.

Les pedí que se juntaran un poco cerca de mí para que me pudieran escuchar, pero al mismo tiempo que intentaba organizar mis ideas para comenzar a contar la historia gloriosa del pueblo, escuché entre risas una voz que dijo “vamos a escuchar la historia de la ciudad de las dos mentiras”, entonces sentí que la sangre se me subió a la cabeza y eso en mí, siempre tiene malas consecuencias, por ser de mecha corta; pero al mismo tiempo, se me vino a la mente la imagen de mi padre cuando escuchó que alguien le llamaba también así a Ciudad del Maíz. Como un flashazo recordé también la imagen de mi padre que muy exaltado contestó “Eso dice la gente ignorante, que no sabe de historia”.

Así que, con esa inspiración comencé el recorrido, repitiendo las palabras del Gran Lente como se le conocía en el pueblo; a partir de ahí todo fluyó, hablamos de la riqueza agrícola que hasta antes de la revolución había en la zona, de los hacendados abusivos con indígenas y campesinos que amasaron fortunas explotando a los peones y cuyos hijos hoy son reconocidos como próceres en la historia, los tesoros del patrimonio cultural y natural, de los grupos indígenas, de la revolución cedillista, de la inmigración italiana.

Cuando nombré a Esteban Moctezuma, el Secretario de Educación en el país como uno de los descendientes de esa casta de hacendados de origen maicense, alguien dijo, “ah el que llama a la reforma educativa como reforma punitiva” y se escucharon risas. Entonces me explicaron que la mayoría de ellos había conseguido su puesto de director por concurso en la reforma pasada y que han enfrentado una serie de dificultades con viejos profesores que se sentían con el derecho de serlo solo por sus contactos con el SNTE.

El tiempo se nos fue rápido mientras caminábamos por la Iglesia, el museo y la presidencia municipal; terminamos comiendo un sabroso picadillo, entre un rico intercambio de ideas con los profesores, muchos de ellos apasionado de la historia. Me obsequiaron una canasta con dulces muy variados, de distintas regiones del estado, me explicaron que éstas las armaban con todo lo que cada uno llevaba de sus lugares de origen. También intercambiamos libros, firmas, números telefónicos y direcciones electrónicas.

Al final, comprobé una vez más lo fascinante que es hablar de historia e interpretarla desde una realidad concreta, pero sobre todo reiteré mi percepción que tengo del magisterio, una noble profesión donde los maestros aman el conocimiento, el aprendizaje, la enseñanza y la alegría.

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