Columnas

En el camino a Santiago

Rutinas y Quimeras

Clara García Sáenz

En el camino a Santiago

Muy de mañana salimos de Madrid rumbo a Santiago de Compostela por carretera, en autocar pudimos observar a lo lejos el Valle de los caídos y el Escorial o el pudridero de los reyes, como se le conoce popularmente, ahí estuvimos la primera vez que venimos juntos a España Ambrocio y yo; en el 2002 se promocionaba un tour de medio día desde Madrid para visitar estos dos lugares por la cercanía del con otro, incluida la tumba del Francisco Franco; desde entonces nos parecía un exceso que se promocionara el mausoleo del dictador como parte de los atractivos turísticos. Pero a pesar de eso, aquel paseo había valido la pena porque el palacio del Escorial es una verdadera joya arquitectónica y de belleza monumental.

Entre recuerdo y recuerdo de aquella visita llegamos a Segovia, imponente frente a nosotros se reveló el gran acueducto de la ciudad, casi con dos mil años de antigüedad, perfectamente conservado; cualquiera enmudece ante tan impresionante obra de ingeniería romana.

Piedra sobre piedra sin ningún tipo de argamasa, arco sobre arco, se pierde en el horizonte, ante la mirada atónita del transeúnte tan pequeño, insignificante, tan pasajero y breve como la vida misma. El acueducto no sólo se ve, se puede sentir con sus dos milenios a cuestas, nos habla y nos hechiza, algo susurra y, quien se detiene bajo sus arcos, simplemente no quiere irse, no quiere dejar de mirarlo.

Fundada por los romanos en el siglo I, Segovia además del acueducto, tiene otros importantes edificios como el Alcázar donde hace algunos siglos vivieron los reyes españoles, el monasterio de San Antonio Real y la catedral gótica de Santa María, además de las murallas de la ciudad.

Caminar la ciudad vieja es como entrar en la época medieval, con estrechas calles, casas con puertas y ventanas pequeñas, calles que se amontonan laberínticas entre arcos, decorados y piedras macizas. Los miradores, los nombres de las calles, las placas que cuentan hechos históricos de cada sitio embelesan hasta sentirse dentro de un set cinematográfico.

Gozosos continuamos nuestro viaje e hicimos parada en Ávila, era casi medio día y no había superado aun el asombro de la monumental Segovia cuando apareció frente a nosotros la ciudad amurallada tantas veces vista en las películas y series que hablan de la vida de Santa Teresa de Jesús. Entramos a la ciudad a través de una escalera eléctrica situada adentro de una construcción que parecía convento, museo y espacio turístico.

Impregnada de un ambiente religioso, se respira una tranquilidad medieval, santidad, misticismo, las calles al igual que Segovia son estrechas y antiguas, las casas viejas y hermosas. Parece como si el espíritu de Santa Teresa habitara en ella, comimos en uno de sus muchos restaurantes una ternera que según decía el menú era de la región, 11 euros y postre incluido, visitamos la catedral de Cristo Salvador de estilo gótico y que forma parte de la fortaleza de la ciudad fundada también por los romanos y cuyo atractivo principal es la intacta muralla que fue construida en estilo románico cerca del siglo XI durante la reconquista española, tiene nueve puertas y 87 torreones que protegen toda la ciudad.

Después de comer y caminar sus calles principales seguimos la ruta hacia el norte pasando por Salamanca y Zamora, mientras veía los campos españoles por la ventanilla del autocar, recordé al poeta León Felipe, nacido en Tábara y quien decía en su poema ¡Qué lástima/que yo no tenga comarca, /patria chica, tierra provinciana!/Debí nacer en la entraña/de la estepa castellana/y fui a nacer en un pueblo del que no recuerdo nada;/pasé los días azules de mi infancia en Salamanca,/y mi juventud, una juventud sombría, en la Montaña.

Sentí tristeza por el poeta que con tanta fuerza leí en mi adolescencia, ahora muchos años después estaba en su tierra, esa que él nunca volvió a ver desde su destierro a causa de la Guerra Civil Española.

Llegamos a Salamanca por la tarde, su plaza mayor estaba repleta de cafés al aire libre y llena de música y ambiente, con las tunas universitarias que amenizaban la noche. Hicimos un rápido recorrido por algunos edificios de la Universidad de Salamanca, la más antigua de España y del mundo hispano con mil años de existencia y la catedral, llamada la nueva porque se construyó junto a la vieja haciendo una sola construcción que duró desde el siglo XVI hasta el XVIII, aproximadamente.

Su atractivo moderno es que en el decorado del pórtico aparece un astronauta entre todas las figuras originales labrado en cantera siguiendo el estilo del esculpido. Para el asombro de muchos, esta figura fue colocada a fines del siglo XX como parte de la restauración que se hizo en esa puerta y que sirve para medir el deterioro de la piedra, ya que el terreno sufre problemas graves de humedad por la cercanía del rio Tormes.

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