Columnas

La fascinación por graduarse de nada

El Rutinas y quimeras

Clara García Sáenz

La fascinación por graduarse de nada

Cuando la monja le dijo a mi mamá que, si no me compraba el vestido largo, no podría ir a recibir mi certificado de primaria, en casa se hizo el revuelo. Mi familia, como muchas en México estaba compuesta de padre masón y madre católica. Todos mis hermanos habían asistido a la escuela pública excepto mi hermana Alicia a quien las monjas le habían ofrecido una beca para cursar el sexto de primaria en el colegio del pueblo.

Años después mi mamá y Dora mi hermana se afanaron en que yo entrara también, así que mientras mis hermanos iban a la escuela pública yo estaba en una privada, cuya diferencia era sólo el número de alumnos porque en ambas había niños pobres y niños ricos.

Sin embargo, el colegio de monjas en el afán de distinguirse del resto de las escuelas siempre quería hacer las cosas diferentes. La directora del colegio dispuso que, en la ceremonia oficial de entrega de certificados, en lugar de llevar uniforme, las niñas vistiéramos de largo.

Escuché por varias semanas las pláticas en casa, donde el argumento tanto de mi padre, mi madre y mis hermanos mayores era, aparte de la lana que no teníamos para pagarlo, lo superfluo que era gastarse el dinero en un vestido, si sólo iba a terminar la primaria.

 Mi mamá junto con otras madres se opuso, pero varios días después, la directora me mandó hablar y me preguntó el por qué de la negativa de mi madre y me conminó a que la convenciera, pero habiendo escuchado los argumentos en casa y convencida de ellos, le dije determinante que no iría a la ceremonia y de hacerlo lo haría con uniforme; tal provocación enfureció a la monja: “sin vestido largo no hay certificado de primaria” gritó.

Desde entonces me ha impresionado el énfasis que la gente pone cuando sus hijos terminan los cursos ya sea de preescolar, primaria y secundaria. El vestido largo tal vez ya sea lo de menos, lo que es una locura verdadera son las madres que abarrotan las joyerías en busca del anillo para las “graduaciones” de kínder y primaria.

Entrecomillo la palabra porque me parece una verdadera exageración llamarlas así, según el diccionario de la Real Academia Española, la quinta acepción de la palabra graduar dice: “en la enseñanza media y superior, dar el título de bachiller, licenciado o doctor”. Si se busca la definición de graduación dice en su tercera acepción: “Categoría de un militar en su carrera”. Por lo tanto, los estudiantes no se gradúan de nada hasta que egresan del bachillerato.

 Pero las madres se desgastan para que sus reyes sean reconocidos y agasajados tanto en la ceremonia oficial como en el festejo posterior, en cualquiera de los tres niveles: preescolar, primaria y secundaria.

Se afanan por el vestido, la toga, el birrete, el peinado y las zapatillas o el esmoquin, por el anillo y también por la canasta de globos, el arreglo floral o todo junto si se puede. Sin contar la cooperación para la fiesta posterior que se realiza en algún salón donde habrá cena-baile o tardeada. Finalmente, sus hijos han terminando sus estudios y hay que celebrarlo porque se han “graduado de primarios o secundarios”.

México es uno de los pocos países en el mundo donde la Universidad Pública es casi gratuita, pero las cifras nos muestran que sólo el 2.5% de la población nacional asiste a ella y me pregunto ¿hasta que punto padres y maestros contribuyen a inhibir las aspiraciones universitarias de los estudiantes cuando arman toda esta parafernalia llamada “graduación”?

Creo que en mucho, porque los estudiantes terminan asumiendo que han triunfado cuando sólo terminaron el preescolar o la primaria; hartos de triunfos y con tanta fiesta, asumen que verdaderamente han terminado sus estudios.

Hoy vi a unas señoras con arreglos florales esperando el trasporte urbano, iban elegantemente vestidas y de la mano un niño con esmoquin; recordé entonces las amenazas de la monja de que yo no tendría certificado de primaria, así que, no me quedó otra que pasar por el aro, con un vestido largo y rosa me senté junto a mis compañeras, todas con zapatos blancos y yo con zapatos negros, fulminada por la mirada de la directora.

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