Columnas

«La pobreza es una gran fuente de riqueza».

AL VUELO-Pobreza

Por Pegaso​

Apunte por ahí la siguiente frase: «La pobreza es una gran fuente de riqueza».​

Andaba yo volando allá, por la fría estratósfera, y mientras veía el bonito eclipse de luna me puse a pensar sobre la serie de condiciones que tienen que darse para que ocurra una tragedia como la que recientemente vimos en Tlahuelilpan, Hidalgo, donde a la fecha han fallecido 85 personas y 58 continúan en estado grave.​

La extrema pobreza, por un lado, y la idiosincracia de los mexicanos, por el otro, es un polvorín que estalla con gran violencia cuando hay un detonante, como en este caso, el huachicoleo.​

Los ductos de gasolina que surcan el subsuelo del país parecen queso gruyére por que están todos picados.​

Pregúntome yo, ¿por qué el fenómeno del huachicoleo no ocurre en Estados Unidos o en países desarrollados? ​

La respuesta puede ser por que el nivel de bienestar y el grado de educación de su población es mucho mayor que en México.​

Me imagino que en naciones como Venezuela, Brasil o Colombia también ocurre una situación semejante, ya que los orígenes étnicos y las condiciones de pobreza son similares.​

En nuestro país, la pobreza va de la mano de la ignorancia. El Gobierno se ha empeñado en mantener una educación muy deficiente.​

En los años ochenta se eliminó la materia de civismo con la pérdida subsecuente de los valores patrios y morales.​

Paralelo a ello, la brecha entre ricos y pobres se fue haciendo más ancha. Mientras que una élite de políticos y empresarios se hacían asquerosamente millonarios, la cantidad de pobres creció.​

Los programas sociales hacían llegar con gotero los beneficios a los menesterosos, pero los poderosos metían facturas archimillonarias para seguir engrosando su bolsillo.​

Por eso la frase: «La pobreza es una gran fuente de riqueza». El sufrimiento de millones redunda en beneficio de pocos.​

Mientras tanto, en Tlahuelilpan, una viejecita lloraba por su hijo que murió quemado por la terrible explosión del ducto, durante la rapiña.​

«Sólo quería ganarse unos pesos extra»,-fue la explicación que dio entre sollozos.​

Nada puede justificar la locura que se vivió en esos momentos, cuando miles de personas se abalanzaron a robar gasolina del ducto que habían picado los delincuentes huachicoleros.​

Antes decían nuestros padres y abuelos: «No agarres algo que no es tuyo».​

En países como Japón es cuestión de honor. Si se te olvida un celular en una banca de un parque público, ten la seguridad de que ahí estará si regresas al día siguiente. En México, por el contrario, no pasará ni un minuto cuando ya algún acomedido se lo llevó para venderlo en la primera casa de empeño que encuentre.​

¿Qué podemos hacer para cambiar esa ideología valemadrista del mexicano?​

El equipo de creativos de Pegaso sugiere al Pejidente de la República un innovador proceso que puede hacer de México un país glorioso, limpio y ordenado: Vaya AMLO a Japón y propóngale al Primer Ministro una catafixia. Que se vengan todos los japoneses a México y que nos vayamos todos los mexicanos a Japón.​

Pronto veremos cómo los industriosos y detallistas nipones empiezan a cambiar la fisionomía de nuestro país, a colocar bellos jardines alrededor del Popocatépetl, a renovar el bosque de Chapultepec con lagos prístinos, llenos de nenúfares y loto, con florecientes árboles de cerezos. Ciudades como Reynosa, frontera con Estados Unidos, gozarían de un estatus de privilegio y surgirían casi de la nada enormes y resplandecientes rascacielos a lo largo de los bulevares Hidalgo y Morelos.​

Mientras tanto, ¿qué pasaría en Japón?​

Creo que no tardaría mucho tiempo para que los mexicanos le partamos la madre a ese bello país. Inmediatamente se instalarían puestos de fritangas alrededor del Palacio Imperial y mandaríamos toda la basura a las faldas del monte Fujiyama. Los huachicoleros no encontrarían ductos qué picar, pero se conectarían con «diablitos» a alguna central nuclear y entonces lo de Tlahuelilpan sería apenas una chispita en comparación con lo que provocarían por su desmedida ambición.​

Quédense con el refrán estilo Pegaso: «Desprovistos de riquezas, sin embargo, plenos de honestidad». (Pobres pero honrados).