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MAGDA, EVA Y CLARA

LETRA PÚBLICA                                                                                                                          

MAGDA, EVA Y CLARA

RODOLFO SALAZAR GONZALEZ

En las memorias de Henry Kissinger que recuerdo haber leído en los años ochentas en dos mamotretos que adquirí en una librería que se encontraba enfrente del hotel Imperial que era propiedad de un señor de aspecto circunspecto y que recuerdo siempre con una pipa en la boca de ascendencia alemana según tengo entendido; y que con el huracán del neoliberalismo hubo de cerrar esa ilustrativa y fecunda librería donde recuerdo haber comprado también las obras de Max Weber.

Kissinger fue el cerebro de los Estados Unidos en la época negra de Richard Nixon que fue defenestrado por el tema de Watergate terminando sus días en el más horrendo de los desprestigios, en cambio Kissinger hasta la fecha disfruta de un prestigio indestructible y es considerado el consultor en materia de política exterior más importante del siglo XX. El ex secretario de estado de Richard Nixon dejo escrito en sus memorias que «el afrodisiaco más efectivo en las mujeres es el poder».

Magda Goebbels, esposa de Joseph Goebbels, que fuera ministro de propaganda de Hitler, a quién el legendario periodista mexicano director de la revista «Siempre» José Pagés Llergo, logro entrevistar en 1944 cuando intentaba contactar al mismísimo Adolfo Hitler que estaba en la plenitud de su poder. Magda era una mujer apasionadamente entregada a la causa del nazismo que encabezaba Adolfo; para nadie es un secreto que esta inteligente mujer estaba perdidamente enamorada del dignatario del tercer Reich, pero este, perverso como él solo sabia serlo, le ordenó que se casara con Josep Goebbels, quién era un hombre deturpado y que cojeaba de un pie pero que igual que Magda estaba convencido hasta los huesos de que Adolfo Hitler gobernaría el mundo.

Cuando las cosas se dificultaron para el tercer Reich y Adolfo tuvo que esconderse en su búnker, Magda Goebbels y su marido Joseph, junto con sus seis hijos (salvo el mayor que estaba en el frente de guerra) que portaban nombres que comenzaban con la letra «H» en honor de Hitler: Helga, Holde, Hilde, Hedda, Heidi y Helmo, lo acompañaron hasta el final. Los biógrafos que más han estudiado los momentos finales del tercer Reich y de la vida de Adolfo Hitler concluyen que fue Magda Goebbels, quién convenció a su marido para que le dieran muerte a sus seis hijos y a sus cuatro perros envenenándolos, diciéndoles por cierto a los niños que eran unas píldoras que iban a tomar para dormir, y después a su vez los padres se suicidaron. Todo esto lo hicieron en honor de Adolfo que momentos antes había hecho lo mismo con sus perros y con su esposa.

Eva Braun fue la única esposa de Adolfo Hitler, pero no la única mujer que hubo en su vida. Se sabe que Adolfo recibía cartas de amor de muchas damas (el poder es afrodisiaco en las mujeres) una de ellas era de dos hermanas que estaban simultáneamente enamoradas del Führer, de apellido Mitform, pertenecientes ambas a la aristocracia inglesa, una de estas hermanas, quizá la más desafortunada, viajó a Alemania para encontrarse con Adolfo, recibiendo de este un trato frío y despótico lo que ocasiono una profunda depresión en esta jovencita que finalmente se suicidó. Todo esto me lleva a pensar en las mujeres que con su vida nos invitan a la misericordia y al resplandor de su valentía.

Adolfo había tenido en su adolescencia una vida dudosa, en Viena, cuando aspiraba a ser pintor. En 1931, dos años antes de su llegada al poder, vivía con una sobrina, Ángela María Raudal -«Geli» en familia- que se suicido el 18 de septiembre de 1931. Para un líder político esto era un autentico problema; en esos días se habló de asesinato, inclusive de relaciones incestuosas. Nunca se supo bien que había pasado. La relación entre Adolfo Hitler y Eva Braun, la mujer que lo acompañara hasta la muerte cierra ese capítulo. En efecto el 20 de Abril de 1945, día de la celebración de los 57 años de Hitler, los dignatarios del tercer Reich le pidieron que abandonara Berlín -ya las tropas Soviéticas rodeaban prácticamente toda la ciudad- para unirse a las tropas alemanas en Baviera. Se negó terminantemente. Se quedó en sus últimas semanas de vida con Eva Braun en su búnker construido -debajo de la cancillería destruida por los bombardeos- a quince metros bajo tierra. Sería su último territorio, todavía en su locura esperaba que su ejército liberara a Berlín. Un sueño. Las tropas Soviéticas pisaban la bandera roja sobre la puerta de Brandeburgo en Berlín.

Un día antes de suicidarse, Hitler se casó en el búnker bajo los cañonazos con Eva Braun, ella nunca lo quiso abandonar, después de la ceremonia donde contrajeron nupcias la pareja fue a sus habitaciones en el búnker, Eva Braun se suicidó con una capsula de cianuro y Adolfo se pego un tiro en la cabeza.

Claretta Petacci era una preciosa italiana que también resultó ser una adicta al poder, simbolizado este en el amor inmenso que le inspiró la personalidad brillante del Duce Benito Mussolini. Era un amor irrefrenable el de Claretta por Mussolini, lo que no bastó para que el dictador italiano que tuvo otros encuentros amorosos, muy frecuentes por cierto, escribiera con esta dama una novela de la muerte y la vida. En el momento de la tragedia Claretta, igual que Eva Braun y Magda Goebbels no quisieron abandonar a los hombres que les inspiraron la mayor pasión que vivieron en sus vidas. Por esa razón cuando los partisanos del partido comunista capturaron a Benito Mussolini; ella, Claretta se negó a abandonarlo y pidió morir con él; la resistencia comunista aceptó y se organizó un juicio sumarísimo donde los dos resultaron culpables y fueron sacrificados. Los cadáveres de los dos, Claretta y Benito Mussolini fueron transportados por los milicianos a la plaza Loreto de Milán. Allí fueron colgados, los dos boca abajo, una mujer ató con un cordón la falda de Claretta (yo soy tuya, le decía a Benito) para evitar sus vergüenzas.

Estas historias de mujeres Eva Braun, Magda Goebbels y Claretta Petacci son la muestra clara de lo que el amor, el ciego amor, puede llevar a una dama a morir con su amante para consumar su pasión.

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