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UN GALAN AFORTUNADO

LETRA PÚBLICA

UN GALÁN AFORTUNADO

RODOLFO SALAZAR GONZALEZ

Todos sus amigos inmediatamente lo identificaban por los treinta y cinco años que trabajó en la Comisión Federal de Electricidad; donde, según sus propias palabras: «dejé mi juventud y mi salud». Por esa razón, con el tiempo sus compañeros lo bautizaron con el mote que desplazó a su nombre de pila y al que gustosamente respondía: «El Toques».

Cerca de los 84, conserva de lejos la apariencia de un hombre  fuerte, por momentos, sin los lentes y por la pintura negra del pelo, hasta parece ser un doble de Víctor Mature en sus mejores tiempos.

Camina con lentitud, dándole a sus pasos un ritmo que más bien parece un meneíto; reflejo pálido del andar garboso de su juventud lejana. Sus movimientos parecen calculados y fríos, pero la verdad, es que el martirio causado en las extremidades por una artritis crónica, es el motivo de que no camine con mayor velocidad.  Hombre exitoso, formó, e hizo triunfar a toda su familia.

Pasea por las calles de Tampico como si lo hiciera en el patio de su casa.  Algunas veces, con la camisa por fuera, las mangas arremangadas y desabotonada del pecho. Es rutinario: de once a una en el café, de una a tres; en la casa para comer con su familia, y de tres a cinco; durmiendo la siesta para levantarse y aprovechar las tardes, donde sentado en el corredor de su hogar practica su lectura favorita.

Sus gustos literarios lo describen fácilmente: Ama la vida de los grandes hombres. Sabe de memoria fragmentos de la biografía de Alejandro El Magno; comprende y compadece a Juana la Loca, por la abstinencia sexual en que Felipe El Hermoso la postró. Se transforma describiendo a quien logra capturar con su conversación unilateral y obsesiva el episodio en que Felipe el Hermoso, más bien dicho su cadáver, es paseado por las calles de España por la Loca Juana, «nunca lo pudo tener para sí, solo hasta que Felipe murió», explica con sus personales puntos de vista el horrendo acto de necrofilia pública en que incurrió la consorte del Hermoso Felipe.

Al concluir la tarde retorna al café buscando a quien contarle sus emociones, alguien quien lo escuche hablar sobre la nostalgia que le causa la pena que más lo agobia: Su juventud perdida. «Una juventud sin trabajo, sin belleza, sin amores, no es juventud».  No lo dice, pero se intuye que es capaz de cambiar con quien se deje, el resto de vida que le queda, solo para revivir un instante de su exitosa juventud. «Yo en cierta forma estoy pagando lo que hice de joven, viví demasiado aprisa, me bebí la juventud muy pronto, fueron mis amores los que me agotaron, debo resignarme, viví con intensidad. ¿Para qué quiero dinero? si no tengo salud, ¡cómo me duelen los brazos! ¿A ti no te duelen cuando hace mal tiempo?,  estoy pagando las promesas que no cumplí. Al terminar de bañarme me froto todo el cuerpo de alcohol alcanforado, solo así puedo salir a la calle, es como si me diera «cran» en las piernas».

Francamente su aspecto es temerario. Solo cuando sonríe deja al descubierto un bondadoso perfil, dándose uno cuenta que su rostro está lleno de ternura. Tiene fijos sus recuerdos; podría pasarse toda la tarde hablando de sí mismo y de sus triunfos sentimentales. De su departamento de soltero que tenía ubicado en la calle Capitán Pérez,  a dos cuadras de donde actualmente se encuentra la Cruz Roja. «Era un departamento limpio, muy bien decorado, con Teléfono, Luz y Agua corriente, yo tenía siete sabanas, una para cada día de la semana. La sala, la cocina, la recámara, todas las paredes del departamento estaban impregnadas de aquel perfume que nadie resistía: «Rum Quinquina» que lástima que ya no lo fabriquen.

«Yo andaba prácticamente bañado de Chanel, ¡éramos una pareja invencible mi departamento y yo!, estoy pagando todo lo que hice, ¿Juventud dónde estás? ¡Por qué me dejaste! ¿Dónde quedó mi vida?».

«Ya me voy, platicamos luego, me duelen las piernas, a tí no te puede doler nada, eres joven como yo lo fui. Hasta luego».

Se levanta y paga solo lo que él consume, es incapaz de permitir que alguien disfrute sus ingresos económicos. Recaptura el recuerdo y vuelve para decirnos.  «Fue en el cine Alcázar dónde conocí el gran amor, me llegó en forma de un escalofrío, cuando contemplaba «Luz que Agoniza» con Charles Boyer, Joseph Coten e Ingrid Bergman, ese es mi día favorito.  Allí lo conocí y nunca lo he podido olvidar. ¡Vámos! ni cuando hace unos días me encontré con una antigua novia a las puertas del Seguro Social y le pedí perdón por no cumplirle.  Me dijo  -«Yo ya te perdoné, que te perdone Dios».

Ahora estas palabras me han traído más preocupado que de costumbre, fue un golpe directo a la cabeza, yo sé que Dios no  perdona tan fácilmente a los que como yo: Hicimos en nuestra juventud del amor un vendaval».

Y así, mirándome por encima de la cabeza con una mirada inquieta y viva, abandona el sitio donde platicábamos haciendo más notable su meneíto al andar. Pálido reflejo de su garbosa y extraviada juventud. (Feliz Navidad)

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