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VASCONCELOS EN LOS LAURELES

LETRA PÚBLICA

VASCONCELOS EN LOS LAURELES

RODOLFO SALAZAR GONZALEZ

En mayo de 1982, en la ex residencia de Manuel Ávila Camacho, conocida como «Los Laureles» ubicada en Cuernavaca. Convertida en ese entonces en «viveros» a donde acudían los turistas y población en general a contemplar y a comprar las plantas que allí se cultivan. Invitados a comer por Don Luis Echeverría, se reunieron: Octavio Senties, Tonathiu Gutiérrez, Fernando Benítez y el autor de estas letras acompañado de Marisela Sanders.

Al terminar la sobremesa; que giró sobre la personalidad política y cultural de José Vasconcelos: los Echeverría y sus invitados, se instalaron en los corredores de la preciosa finca para continuar con el tema, reunidos en un círculo empezamos a leer uno por uno fragmentos de la obra del «Ulises Criollo» que personalmente el expresidente fue a traer de su biblioteca.

El texto escogido fue «El proconsulado» que forma parte de la obra autobiográfica de Vasconcelos. En el desarrollo de la lectura surgieron controversias sobre la actuación histórica del autor: desde su desmesurado talento, hasta su culto por el Oporto; desde su habilidad para entenderse con el General Obregón; hasta sus relaciones amorosas y políticas con Antonieta Rivas Mercado. La lectura se realizó entre los telefonemas que recibía Don Luis; que por lo cercano del sitio donde contestaba era posible oír la conversación del autor de la tesis del nuevo orden internacional. Instantes que Marisela Sanders aprovechaba para enseñar a tejer correctamente a Doña María Esther, “tejo para calmar los nervios”.

–«Acabo de regresar de China y el Medio Oriente, pasé mucho tiempo fuera de casa»– comentaba tratando de justificar las frecuentes llamadas que atendía personalmente; interrumpiendo con esto la lectura del «Proconsulado». Solicitándole Doña María Esther: –Echeverría: “no seas descortés con estos caballeros, suplícales que te llamen después»–aceptando el presidente con los ojos la súplica de su esposa; pero siguió contestando personalmente el llamado de sus amigos. Tiempo que la señora Echeverría aprovechaba para expresar sus simpatías por Vasconcelos.

–«Viene rumbo a la casa Don Sergio, avíseme cuando llegue, quiero recibirlo en la puerta»– Echeverría ordenó a su ayudante; y dijo: «conocí a Vasconcelos siendo yo subsecretario de gobernación, Rafael Hernández Ochoa, me llevó a su casa, se veía cansadón y desganado, casi no hablaba, se dedicó a escucharnos, Hernández Ochoa, era gran amigo del Maestro»– Alguien preguntó «¿Es cierto que solo tomaba Oporto?» –no lo sé, ese día, solo tomó vino tinto, por cierto, Chileno»- se captaba con facilidad que Don Luis no era un Vasconcelista del todo. Resultando un contrapunto las palabras de Doña María Esther– «era un gran mexicano, el formó la infraestructura de los intelectuales que la revolución creó»– mirando a Fernando Benítez –«¿oh no, Fernando?» que con gran sencillez y un completo dominio de la obra de Vasconcelos le contestó «sí señora, desde Alfonso Reyes a Paz, la semilla de la independencia de los intelectuales, con el poder es obra de Vasconcelos»–

Echeverría abandonó el grupo dirigiéndose a la puerta de la casa. Entre la admiración de las personas que compraban plantas en los viveros. Regresando al grupo con un nuevo lector. Don Sergio: que resultó ser Monseñor Méndez Arceo, un hombre altísimo vestido de negro y muy sereno, parecía retraído, habló muy poco, se sentó entre nosotros, solo escuchaba o platicaba en susurro con la señora Echeverría.

Como a las nueve de la noche, la reunión estaba en su punto, todos entregados al tema con dedicación: escuchando a Fernando Benítez, quien disertaba magistralmente con las manos cruzadas sobre una rodilla, explicar los motivos sicológicos del carácter de Vasconcelos.

Don Luis giró instrucciones para que se preparara la cena. Interviniendo su esposa: «yo lo haré, pero por favor, pregúntales a nuestros amigos si tienen tiempo de acompañarnos», contestando inmediatamente los aludidos que sería un honor acompañarlos a cenar.

La oportunidad era propicia para la pregunta pergeñada desde el principio de la reunión; concebida por la admiración a la vida y obra de la generación del «29» y el análisis a retrospectiva de la obra que Vasconcelos gracias a Obregón: realizó desde la Secretaría de Educación. El interlocutor a quien se lanzaría la pregunta era sui géneris: tenía la experiencia de haber gobernado a la nación que Vasconcelos conmovió en el pasado; condición que lo convertía en representante del mismo sistema que se opuso a que el Ulises Criollo fuera presidente de México.

–«Don Luis: ¿Qué hubiera pasado con México, si le reconocen el triunfo a Vasconcelos?» –Echeverría volteó por la pregunta y rápidamente contestó: «un embrollo» –apoyándolo Octavio Senties– «si, si, un embrollo, el país se hubiera hundido».

–Muy seria, Doña María Esther le preguntó al Lic. Senties, mirándolo a los ojos fijamente– «a ver dígame usted Lic. Senties ¿Por qué se hubiera hundido la nación? ¿Si como dice Rodolfo, le reconocen a Vasconcelos su triunfo electoral?» Todos miraron a Don Octavio. Don Sergio despertó. Echeverría esperó la respuesta que su esposa solicitaba. Consciente de la pregunta de tan respetable Dama; Octavio Senties, demostró tener un control del entorno en que convivía, contestando –«El Maestro Vasconcelos era un filósofo, señora, y por esa condición, era mayor su desprecio a los militares, jamás se hubiera puesto de acuerdo con los militares de la época»– En eso llegó Benito, el menor de los Echeverría, solicitando permiso a su padre para ir a jugar Frontón: Echeverría muy contento se lo otorgó: diciéndole antes al muchacho. «¡Vivillo desde chiquillo!»

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