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Quién era «La Quina»

*Era, ante todo, un hombre del sistema. Conocía sus reglas y sus secretos. Sabía hacer alianzas, negociar, imponer. Respaldado desde las cúspides del poder nacional–sindicato político–hizo suyo no solamente el sindicato petrolero sino toda una región del país, el sur de Tamaulipas.

México, DF. Joaquín Hernández Galicia «La Quina», fue un sindicalista y político mexicano, por varias décadas fue líder del Sindicato de Trabajadores Petroleros de la República Mexicana.

El sindicato petrolero está integrado a la estructura corporativa dentro de la organización de sindicatos del Partido Revolucionario Institucional (PRI). Dentro de ese marco controlaba la designación de diputados federales y senadores, así como alcaldías y presidencias municipales en las zonas petroleras, ya que se consideraba el guía moral del sindicato petrolero.

El fin del poder e influencia del discutible líder sindical llegó el 10 de enero de 1989 por órdenes del entonces presidente de México, Carlos Salinas de Gortari, quien había asumido la presidencia apenas el 1 de diciembre de 1988 bajo fuertes sospechas de fraude electoral y por tanto de ilegitimidad. Este hecho de golpe de timón y de enviar la señal de quien tiene las riendas de mando se le conoce en el lenguaje político mexicano como quinazo. Además de legitimar la presidencia, a ojos de la mayoría de la población, Salinas de Gortari obtuvo con el quinazo el control del sindicato petrolero.

Las causas para la persecución de Hernández Galicia se encuentran en que se oponía a las políticas de privatización del gobierno, calificado de neoliberal, pero sobre todo que en los distritos electorales habitados por trabajadores petroleros el opositor Cuauhtémoc Cárdenas Solórzano obtuvo votaciones copiosas.

El Ejército mexicano en un operativo militar irrumpió en la casa del líder sindical y en las casas de los demás miembros de la familia en Ciudad Madero, Tamaulipas. Hernández Galicia fue condenado a 35 años de prisión por posesión ilegal de armas.

La Quina, Barragán y otros 30 petroleros fueron encarcelados y destituidos de todos sus cargos en el sindicato petrolero, desplazados por un nuevo liderazgo esta vez encabezado por Carlos Romero Deschamps.

Lo que había detrás del arresto

La Quina nunca dio su brazo a torcer. Insistió. Se empeñó en medir fuerzas con el entonces candidato presidencial del tricolor, Carlos Salinas de Gortari y cavó su propia tumba. Su última jugada se la permitió éste unos días antes de mandarlo arrestar, en una reunión privada que sostuvieron en la residencia oficial de Los Pinos.

El distanciamiento que existía entre la organización sindical y el gobierno era evidente. No podía ocultarse. Desde mucho antes del 4 de octubre de 1987, fecha en que fue «destapado» Carlos Salinas de Gortari, el Sindicato de Trabajadores Petroleros de la República Mexicana hizo público su abierto rechazo hacia el entonces Secretario de Programación y Presupuesto.

Salvador Barragán Camacho, José Sosa Martínez, Héctor Valladares, Fernando Carvajal Servín (a) «La Marrana», Sebastián Guzmán Cabrera, Juan José García Rodríguez, Carlos Romero Deschamps, Víctor Deschamps Contreras, Emérico Rodríguez y Onésimo Escobar, eran los nombres de los incondicionales de La Quina que sobresalían por sus múltiples ataques contra Salinas de Gortari.

Al comenzar 1988, en Salamanca, Morelia, Ciudad Madero, Ciudad Victoria, Coatzacoalcos, Minatitlán y Tula, La Quina celebró reuniones constantes con sus aliados, a quienes conminaba a ampliar su campaña de rechazo hacia el candidato Carlos Salinas de Gortari.

Incluso, en las mismas juntas de trabajo, Hernández Galicia planteó la posibilidad de impulsar la campaña de Heberto Castillo Martínez o de Cuauhtémoc Cárdenas Solórzano.

Durante el primer encuentro entre el aspirante a la Presidencia de la República por parte del PRI y Joaquín Hernández Galicia, el abanderado priísta lo apabulló. Fue en la sede del partido oficial, donde dijo que terminaría con los cacicazgos y caudillismos de todo tipo, sobre todo con aquellos que se enriquecían a costa del sacrificio de los trabajadores eventuales.

Días más tarde, en Tampico, Salinas de Gortari volvió a repetir la dosis. Abordó el mismo tema. Y en Salamanca, Guanajuato, La Quina envió a su representante Salvador Barragán Camacho a enfrentar al candidato priísta. Sin embargo, a Barragán no supo o no pudo hacerlo. En las instalaciones del PRI, La Quina le recordó al después presidente que él no había sido el candidato de los petroleros.

En la primera semana de 1988, los incondicionales de La Quina amenazaron con abandonar las filas del PRI. Por instrucciones de él, Juan José García Rodríguez atacó de nueva cuenta la política económica de Miguel de la Madrid.

La Quina, con esto, sabía que podría estar próximo su fin. Incluso entre sus allegados comentó que iba a ser difícil doblegar los caprichos de Salinas. Textual: «Por eso se vale de todo tipo de golpes, para tratar de ablandar al aspirante presidencial».

Desde el mes de julio de 1987, los integrantes del sindicato petrolero, realizaron mítines en los centros de trabajo para denunciar lo que llamaron «política económica antipopular».

Luego, el 5 de septiembre de 1987, Fernando Carvajal Servín, del grupo de La Quina en Salamanca, declaró públicamente persona non grata a Salinas de Gortari. En una nota publicada por la edición de «El Nacional» en Guanajuato, lo acusó de «tener mucho que ver en los entorpecimientos que ha tenido el sector obrero para gestionar actividades laborales».

El diario norteamericano «USA Today», en su edición del 8 de enero de 1988, dio cuenta, en la página 4, sección A, de lo que calificaba de «inusual ataque de Joaquín Hernández Galicia contra Salinas de Gortari», y decía que se acusaba al candidato presidencial de no estar preparado para conducir a la nación.

«Este tipo de críticas es inusual en México, donde el Partido Revolucionario Institucional ha detentado el poder por muchos años y su candidato es virtualmente quien alcanza la victoria. Salinas de Gortari, de 39 años de edad, fue Secretario de Estado bajo el régimen del presidente Miguel de la Madrid», señalaba la nota del diario estadounidense.

Cuando Miguel de la Madrid designó a Salinas de Gortari como candidato, La Quina acusó al gobierno federal de corrupto, además de ser un pésimo administrador, pero ofreció que, aunque no era su candidato, tenía empeñada su palabra de respaldar a quien resultara electo, » yo hago honor a mi palabra».

Reprochó al sistema político mexicano «haber postulado a un hombre sin carrera política. Un presidente no se hace en un año de campaña, pues en ese lapso no alcanza a conocer la problemática del país ni a adquirir la preparación suficiente y necesaria para hacer un buen papel como presidente. Por más buenas intenciones que tenga para mejorar la situación del país, poco podrá conseguir».

El discurso de Joaquín Hernández Galicia, en la asamblea sindical del 5 de enero de 1988, fue violento. También lo fueron las declaraciones de Salvador Barragán Camacho, recién estrenado como secretario general del sindicato, tanto que Manuel Alonso, entonces vocero de la Presidencia, se dirigió a los reporteros de la fuente para conseguir una grabación de todo lo que se había dicho.

Las diferencias entre los líderes petroleros, encabezados por La Quina y el gobierno de Miguel de la Madrid se ahondaban cada vez más. Los petroleros decían que la política económica y el Pacto de Solidaridad Económica eran los principales enemigos de los trabajadores.

Cuando la pugna estaba tomando fuerza, el gobierno canceló los contratos de obras. El conflicto por la flota petrolera dio lugar a una lucha más abierta contra el que era entonces director, Mario Ramón Beteta, a quien los líderes acusan de cuantioso fraude.

Y cuando aparentemente se había restablecido la concordia entre ambas partes, el presidente Miguel de la Madrid «destapó» a Carlos Salinas de Gortari, que no era el candidato de Hernández Galicia.

Los abrazos, los discursos «francos», el esfuerzo por aparentar concordia no pudieron ocultar la guerra declarada. La Quina no dejó pasar oportunidad para criticar la política económica del gobierno y sus funcionarios. Terminó su discurso con estas palabras: «Hemos sido manejados por pura fraseología hace muchos años. Ya es tiempo de marcar nosotros el camino, como lo marca la Constitución: El estado al servicio del pueblo y no el pueblo al servicio del Estado».

 (Con información de Alfonso Diez)