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LOS HOMBRES QUE DISPERSÓ LA DANZA

LETRA PÚBLICA

LOS HOMBRES QUE DISPERSÓ LA DANZA

(PARTE I)

RODOLFO SALAZAR GONZALEZ

Existe una estupenda película dirigida, escrita y protagonizada por el exquisito y neurótico Neoyorkino Woody Allen que alcanzó la celebridad por su amor apasionado e inocultable por la ciudad de Nueva York, «La Gran Manzana». Sitio en el que se encuentra el corazón económico y social del mundo. Si el Imperio Romano existiera Nueva York sería Roma. En este filme Woody  Allen logra plasmar nítidamente la forma en que vive un elevado sector social que habita en la quinta avenida de Nueva York.

Una escena de la película se desarrolla así: Están todos los comensales elegantes y presuntuosos, reunidos entorno de un distinguido comedor ubicado en el centro de la sala de un exclusivo departamento propiedad de un legendario y poderoso director de un banco, degustando una deliciosa cena aderezada con caviar y paté de ganso y rociada con un fino vino blanco que proviene de una prestigiada cava Alemana.

Uno de los asistentes tiene la idea peregrina de que en la mesa se analice y se discuta la próxima elección donde será designado el nuevo alcalde de Nueva York; ciudad en donde todos viven y dirigen sus imperios personales con los que distribuyen sus productos en todo el mundo. Inmediatamente la reacción es mayoritaria y obsesiva: Se oponen por unanimidad los comensales a que en la mesa se traten asuntos tan vulgares como es la política.

Cuando el cineasta Woody Allen explicó los motivos y razones que lo llevaron a realizar este filme, lo dijo con toda intención que era con la finalidad de hace público y patente el enorme egoísmo del que es víctima el Neoyorkino de la clase alta; que está incapacitado para preocuparse por la vida de todos los que viven en la misma ciudad.

A estos personajes, afirma Woody Allen solo les interesa que sus helicópteros estén en excelentes condiciones para movilizarse en la ciudad. En virtud de que ya ni los vehículos importados son utilizados por estos magnates por que los irrita los nudos vehiculares que en las horas pico se forman en «La Gran Manzana».

En el país se ha dejado sentir en el escenario político por parte de los sectores sociales a quienes el estado actual de las cosas les resulta favorable para sus intereses y propósitos personales, decirles a los jóvenes que participar en política o no hacerlo es exactamente lo mismo. Por qué las cosas van a seguir siendo igual, aseguran los interesados en promover la inmovilidad ciudadana.

Aseguran que la impunidad seguirá siendo la misma, que la voracidad de los políticos trátese del partido que sea no tiene remedio, por lo que es mejor no participar en el proceso electoral que se llevará a cabo este año para renovar la presidencia de México y el congreso de la unión, donde está representada políticamente la nación.

Estas opiniones desalentadoras que denigran a la política están revestidas de un matiz intelectual tomado de una novela de José Saramago que tituló «Un ensayo Sobre la Lucidez» es peligrosa porque puede lograr su objetivo y desalentar a los jóvenes que por primera ocasión en su vida por alcanzar la ciudadanía ejercen su derecho de elegir el tipo de dirigente político que desea para su país.

El proceso político que ya se inició para la renovación presidencial en el año 2018 dejo establecido en el estado de México que el sistema seguirá valiéndose de todo el presupuesto público para combatir la voluntad popular. Lo que puede provocar un caos social.

Se necesita que la ciudadanía practique la solidaridad o el rechazo pero ejerciendo el voto. Sí la juventud sobre todo en su mayoría importante se abstiene de participar en los asuntos públicos de su país por que ha escuchado en más de una ocasión en la mesa de su casa que la política es una porquería, estará incumpliendo la obligación que tiene de enderezar y llenar de asepsia la vida pública.

Desde hace muchos años un viejo maestro de Oaxaca que se dedicaba a enseñar el Español a los Zapotecas en la sierra donde nació el presidente Juárez y que después se convirtió en una figura brillante en el mundo de las letras y la poesía como lo era el maestro Andrés Henestrosa, escribió con certera dignidad patriótica que es obligación colectiva de los mexicanos participar en política y expresó: Que si en la mesa de todos los mexicanos a  la hora de comer o cenar se tratara con respeto y libertad los asunto políticos de país, viviríamos una República ejemplar.

Es el hogar y el seno familiar en donde se debe practicar la crítica y la autocrítica sobre el estado de cosas que sufren todos los mexicanos en general, nuestra patria común.

Cuando en México se cumpla el sueño escrito por el maestro Andrés Henestrosa que aprendió hablar el Español a los once años de edad estaremos ante la expectativa de que juntos generando una imbatible sinergia social y cultural construiríamos un país en donde todos tendríamos trabajo, derecho a la seguridad social y a una justa retribución en nuestra vejez.

Aquí está la diferencia entre un maestro Zapoteca que alcanzó por las letras un sitio en la historia de México, entregado en la noble tarea de enseñar el Español a los mexicanos, Andrés Henestrosa, que propone que hablemos de política, que salgamos a votar y que no caigamos en la indeseable conducta de los exquisitos Neoyorkinos que consideran la política una vulgaridad espantosa por la posibilidad de que el beneficio sea para todos y ellos dejen de ser una casta divina.

“Los hombres que dispersó la danza” fue la primer obra literaria que redacto el maestro Henestrosa, cinco años antes no hablaba el español. Era un indígena de la misma estirpe que el presidente Juárez.

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