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Tula, un pueblo hermano

Rutinas y quimeras

Clara García Sáenz

Tula, un pueblo hermano

Tula es un referente en mi memoria que se pierde en la infancia, desde niña supe que existía este lugar, muy recurrente en la vida de los habitantes de mi pueblo, que tenían parientes, tratos comerciales o asuntos médicos que atendían aquí, luego supe por Rafael Montejano y Aguiñaga, historiador potosino, que Tula había sido fundada por Fray Juan Bautista Mollinedo dos días después del Valle del Maíz. Cuando preguntaba ¿cómo era? todos me contestaban, “igual que todos los pueblos“; en los años 70, lugares como éste no tenían el brillo o atractivo turístico que ahora y así fue durante mucho tiempo, a nadie le importaba si la gente que los habitaba estaba viva o muerta.

La primera vez que visité Tula, fue con mis compañeros de la universidad, que osadamente decidimos venir a grabar un video musical para una tarea que nuestro maestro de cine nos había pedido. La canción de Duncan Dhu “En algún lugar” sonaba aún en la radio y elegimos como set este lugar. Muchos años después, alguien me contó, (cosa que aún mantengo en duda), que esa composición, el grupo español la había escrito cuando estando en México, pasaron por Ciudad del Maíz. Un blog en internet que explica la canción dice “La letra nos habla de un lugar muerto en vida, donde las ilusiones han desaparecido de las personas que son carcasas vacías de sentimientos, donde quien entra ya no puede salir. Por eso quien tiene un poco de sangre en las venas huye jurando que no volverá”. Creo que quien opina así, entiende la  realidad de estos lugares a la inversa de lo que todos los que hemos nacido en estos pueblos conocemos y nos consta: que sus habitantes son personas muy vitales. Sin embargo, en ocasiones a nosotros mismos nos han convencido que nacer o vivir aquí es una desgracia.

Volviendo a mi primera visita a Tula, recuerdo que conocimos a una familia que trabajaba el barro, quedé prendada de la hospitalidad; pero entonces todo se estaba cayendo, las fachadas, puertas, techos, calles.

En una ocasión, una amiga escritora, me dijo con cierto desprecio al enterarse que yo era de Ciudad del Maíz, “Ah, está cerquita de Tula, dos pueblos perdidos en el altiplano mexicano”, no niego que la sangre se me calentó al oírla, pero por tratarse de una respetable figura de las letras, me contuve y guardé silencio, entonces yo era muy joven y no supe cómo responder al agravio.

He vivido muchos años en Victoria, creo que los suficientes para entender lo que significa ser pueblerina en la ciudad y llevar con orgullo ese origen muchas veces estigmático, por eso he acuñado una frase “Uno nunca deja de ser pueblerino, pero aprende a disimularlo”; porque es común que los citadinos nos vean como incivilizados, aunque en muchas ocasiones, ellos carecen de valores identitarios, del sentido de solidaridad y afecto por el otro, de la sensibilidad para apreciar los sabores, el paisaje y la empatía por la nostalgia permanente del terruño. La ciudad me enseñó a amar mi origen y a identificar a quienes, siendo también pueblerinos, han vencido la hostilidad urbana, entre ellos a muchos tultecos. Aunque no simpatizó con la idea de que Tula sea pueblo mágico, por el mercantilismo que implica, he aprendido a quererle como hermano de Ciudad del Maíz, porque es el referente más próximo que tengo en Tamaulipas de mi pueblo.

Cada vez que me ha sido posible, animo a mis alumnos para hacer una visitarlo disfrutar de su paisaje y patrimonio cultural, todos regresan maravillados de tener un pueblo típico mexicano en la aridez del paisaje colonial tamaulipeco. Tula siempre me recuerda Ciudad del Maíz, pueblos hermanos que no están perdidos en el altiplano mexicano, sino que son referentes históricos, tanto para Tamaulipas como para San Luis Potosí. E-mail: claragsaenz@gmail.com